viernes, 25 de enero de 2013

Sri Lanka 13 (2012) Cuevas budistas de Dambulla

Corredor de entrada a las 5 cuevas. C.M. Aguilar Gómez
La última parada del viaje a Sri Lanka fue Dambulla, donde visitamos un conjunto de cuevas budistas excavadas en la roca. Son de las mejor conservadas de este tipo del país y por su importancia están consideradas como patrimonio de la humanidad. Las cuevas están excavadas en la parte alta de una loma rocosa aprovechando unos extraplomos panzudos. El uso religioso se cree que viene desde el siglo VII antes de Cristo, aunque la mayoría de las esculturas que se encuentran ahí son del siglo I de nuestra era ya con el budismo. En total son cinco cuevas que se hallan algo así como 150 de reproducciones en piedra de buda en todas las posturas posibles. Hay ligeras variaciones pero no muchas ya sea sentado, de pie o tumbado.




Budas de pie, sentados y reclinados. C.M. Aguilar Gómez
Alguna vez aparece algo distinto como un par de monarcas barbudos. Los espacios son pequeños, así que es bueno visitarlas a primera hora de la mañana como hicimos nosotros, para evitar coincidir con gente allí y disfrutar de un lugar tan curioso y alejado de lo que conocemos. Las esculturas de piedra están policromadas sobre todo en dorado, rojo y negro, aunque estas capas de pintura han sido fruto de restauraciones a lo largo de muchos siglos para que puedan lucir así hasta hoy. Las bóvedas de la roca también están recargadas de pinturas sin dejar ni un espacio libre donde uno pueda ver el color original de la roca.





Gran Buda en una pequeña cueva. C.M. Aguilar Gómez.
En cierto modo es lo mismo que vimos en los budas de Polonnaruwa pero aquí aún en uso y protegidos por la propia roca. Allí, las esculturas habían quedado a la intemperie al ser ya un yacimiento arqueológico, pero aún quedaban marcas de mechinales de lo que fue un monasterio que las protegía. En el caso de Dambulla, la roca ha seguido protegiendo las esculturas y el lugar no se ha perdido como sitio de culto, así que además puedes encontrarte a la gente local haciendo ofrendas de flores. Dentro de estas cuevas hay también un par budas reclinados de hasta 15 metros como en Polannaruwa pero policromados y la verdad es que sobrecoge encontrarlos en un espacio tan reducido.
 


Buda con cobras en la cabeza. C.M. Aguilar Gómez.
Es curioso el tema del budismo, ya que su iconografía es muy simple, buda, buda y más buda, que por cierto no es un Dios. No creen en una deidad concreta, por tanto no veneran ni niegan la existencia de un Dios creador, lo suyo es una especie de corriente filosófica de estar en el mundo y llegar a un estado que denominan Nirvana, de cese del sufrimiento, al que aspiran y al que llegan por la renuncia de los deseos. El tipo que aparece representado como buda es Siddharta, dicen que un noble nacido en territorio del actual Nepal en el s. V antes de Cristo, que a través de la meditación fue sacando enseñanzas para alcanzar la iluminación. Pero todos aspiran a ser budas a través de la meditación, una condición que Siddharta alcanzó y por eso le llaman buda sin más.

viernes, 18 de enero de 2013

Sri Lanka 12 (2012) Noche en Sigiriya

Dicrurus caerulescens durmiendo. C.M. Aguilar Gómez.
Viendo aves en la laguna de Sigiriya encontré los primeros pajareros de  todo el viaje. Aunque los parques nacionales son un destino de naturaleza, no era habitual que la gente y los guías le prestaran mucha atención a las aves y mucho menos a las pequeñas, los mamíferos lo eclipsaban todo. El grupo de Sigiriya llevaba un guía local que estaba enseñándoles algunas especies de acuáticas, aunque tampoco se les veía con mucho fervor pajarero. Aproveché para hablar con el guía y preguntarle por el búho pescador de Ceilán (Ketupa zeylonensis) una especie a la que le tenía ganas. Esa especie es común en muchos humedales pero difícil de ver si no tienes claro donde buscar, y yo no lo tenía claro. Me ofreció hacer lo que llama un safari nocturno por el entorno del cercano parque nacional de Minneriya.



Chotacabras Caprimulgus sp C.M. Aguilar Gómez.
Sin embargo la zona que solían recorrer no era buen sitio para búhos según estuvimos hablando y todo lo que me decía que veríamos más o menos yo ya lo había visto durante el día en el parque de Yala. Al final quedamos de hacer un foqueo de varias horas por los bosques de los alrededores de Sigiriya, esos que yo había visto extenderse en el horizonte desde la roca. Allí había una zona protegida y por tanto no se pude foquear dentro de ella, por lo que nos ceñimos a las carreteras y caminos periféricos con la idea de dar con alguna que otra rapaz nocturna y lo que pudiera ser de pequeños mamíferos. Aunque el guía era bastante bueno identificando, ver fauna de es modo depende mucho de la suerte y era algo poco predecible, además ese no era un recorrido que el hiciera muy habitualmente.


 
Ciervo-ratón Tragulus meminna. C.M. Aguilar Gómez.
Lo más fácil de ver fueron los chotacabras (Caprimulgus sp) de los que había varias especies que solo son identificables en mano. Como sucede con esas aves en otro sitios, allí también aguantaban bastante posadas en mitad de la carretera. No hubo toda la suerte que esperaba con las rapaces nocturnas, pero sí llegué a ver el búho pescador aunque no pude sacar buenas fotos. Se trataba de un precioso ejemplar de ojos claros que pudimos ver en dos ocasiones posado en la misma orilla de una laguna. Además del búho, vimos un pequeño mamífero que según decía era una civeta de las palmeras (Paradoxurus hermaphroditus) de la familia de las ginetas. Algo mejor, y en dos ocasiones distintas, dimos con un raro ungulado, el ciervo-ratón de Sri Lanka (Tragulus meminna)  que 
es como un ciervo pero con unas patas tan cortas que le dan un aspecto enano.
 

Loris Loris lydekkerianus. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
Pero la gran sorpresa del recorrido fue dar con el loris esbelto gris (Loris lydekkerianus), la cuarta especie de primate del viaje. En Sri Lanka solo hay dos especies de lorises que son de un grupo de primates nocturnos que les llaman prosimios y que están emparentados con los lemures de Madagascar. Los lorises se mueven muy lentos, no tienen cola y no pasan de 15 cm de altura, parecen muñequitos andantes. Con esas características son realmente difíciles de ver, hasta el guía se sorprendió de encontrarlos ya que cuando le había preguntado por ellos me quitó las ilusiones por su dificultad, pero aún así iba bien atento. Fue un tremendo broche final a la observación de fauna en Sigiriya y también a uno de los últimos días del viaje por Sri Lanka.

viernes, 11 de enero de 2013

Sri Lanka 11 (2012) Sigiriya, ¿de dónde ha salido esta roca?

Roca solitaria entre el bosque. C.M. Aguilar Gómez.
La roca de Sigiriya y su entorno es uno de los lugares que más me gustó del viaje a la isla. El lugar es mágico, en medio de una extensa llanura arbolada se levanta una roca panzuda de más de trescientos metros. Parece que su origen geológico tiene que ver con un tipo de "tapón" de magma endurecido de un antiguo volcán. El resto de la roca del entorno se habría erosionado con el paso de los años y nada queda  ya de aquel suceso más que el tapón de magma de Sigiriya. Aunque nos pueda parecer extraño este origen, no lo es y muchas formaciones de rocas picudas en zonas de rocas volcánicas tienen un origen similar. 





Frescos del siglo V en Sigiriya. C.M. Aguilar Gómez.
Como ejemplos están los “roques” de las islas canarias, entre ellos las rocas tiesas que aparecían en los antiguos billetes de mil pesetas, los de las Cañadas del Teide ¿recordáis? Otro ejemplo más fácil, el arrecife de Las Sirenas en el mirador del Cabo de Gata. Pero volviendo a la roca de Sigiriya, la aldea y el entorno que la rodea alberga infraestructuras de alojamiento suficientes pero discretas, algo que no es siempre así, más en un lugar con tanto atractivo turístico. Espero que se mantenga de ese modo mucho tiempo. Antes de llegar a la base de la roca hay un conjunto de piscinas y restos arqueológicos rodeados por un foso restaurado que ya te dan una idea de que el lugar estuvo habitado desde antiguo y a lo grande, no solo la cima de la roca.




Garras de león en la subida. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
Para llegar a la cima hay que subir un buen número de escaleras pero ya a media altura hay un lugar que lo compensa con creces. Se trata de unos extraplomos con unos frescos de mujeres con el torso desnudo que datan del siglo V. La roca ha estado ocupada por diferentes comunidades budistas desde antiguo, al menos desde s III antes de Cristo, aunque abandonaron el lugar hacia el s XIV. Subiendo por los cortados pude ver un par de halcones peregrinos (Falco peregrinus) agrediéndose en vuelo, en un primer momento dude de que  eran. La subespecie presente en Sri Lanka, peregrinator, tiene el pecho muy naranja y cuando los vi contrastaba mucho ese pecho con las patas amarillas, una coloración muy llamativa para un peregrino




Yacimiento y vistas desde la cima. C.M. Aguilar Gómez.
Volando también por el cortado pude ver vencejos moros (Apus affinis), de modo que no había tiempo para aburrirse entre tanto escalón. Pero la subida aguarda una de sus principales sorpresas arqueológicas cerca de la cima. En el último nivel, antes de subir a la cima, encuentras los pies de lo que fue la escultura de un gran león hecho con ladrillos, ¡solo ver las garras sobrecoge! Las vistas del bosque seco desde arriba, con una llanura salpicada de humedales llenos de nenúfares no tiene precio. Además, toda la cumbre está llena de recintos construidos con ladrillo y enormes piscinas o aljibes. Se dice que son las ruinas de un palacio que hubo allí, aunque no parece que esté del todo claro si fue así o solo es parte del apogeo monástico al que llegó la zona. 



Calamones Porphyrio porphyrio. C.M. Aguilar Gómez.
De vuelta, y a los pies de Sigiriya, el entorno es un buen lugar para ver bastantes aves, macacos (Macaca sinica) y langures grises (Semnopithecus prima). Allí pude observar al monarca colilargo asiático (Terpsiphone paradisi) de un grupo de aves con gran encanto. La pequeña laguna colmatada de nenúfares que hay junto a la aldea de Sigiriya era un buen lugar para ver anátidas como el suirirí de Java (Dendrocyna javanica) o el gansito asiático (Nettapus coromandelianus), la preciosa jacana colilarga (Hydrophasianus chirurgus) o el gran número de calamones (Porphyrio porphyrio) que salían a última hora de la tarde a comer a las orillas.

viernes, 4 de enero de 2013

Sri Lanka 10 (2012) Polonnaruwa y los reinos cingaleses

Hacia el norte de Kandy se encuentra el triángulo cultural donde se concentran bastantes restos arqueológicos de los reinos cingaleses medievales. Comenzamos visitando los de Polonnaruwa, los más alejados de nuestra ruta, para después ver algunos otros de regreso. Polonnaruwa es una localidad muy pequeña, al menos la ciudad vieja que es a la que llegamos nosotros y que se sitúa cerca de las ruinas. El relieve del entorno es completamente llano y la población se halla junto un lago enorme con pescadores artesanales recorriendo sus aguas. Utilizan unas embarcaciones curiosas, muy estrechas de quilla pero con un patín lateral como si fuera un catamarán para mantener la estabilidad. La mayoría de los lagos en Sri Lanka son antiguas obras de ingeniería hidráulica hechos para almacenar agua para los cultivos, entre ellos los arrozales tan típicos.


 



León del palacio del rey Nissankamalla
En el mes de julio los campos de arroz se mostraban como grandes tablas verdes, aún sin espigar y con un colorido impresionante. Ya en el propio entorno del lago, y sin pagar ninguna entrada, había unos restos de edificaciones en un parque arbolado junto al museo arqueológico. Allí pudimos ver un par de leones de piedra, columnas varias y diversas estructuras pertenecientes a estancias de un palacio del siglo XII. Luego en el yacimiento de pago no volví a ver esculturas de leones, así que esas del parque merecían mucho la pena por su originalidad. Las ruinas del parque miran hacia el lago, un lugar donde se dejaban ver grandes bandos de muchas aves que eran comunes a otros humedales como ibis orientales (Threskiornis melanocephalus) cigüeñas lanudas (Ciconia episcopus), picotenazas (Anastomus oscitans) y pelícanos orientales (Pelecanus philippensis).




 


En bici entre dagobas. Foto: Iratxe González
En el entorno de aguas, arrozales y palmerales era fácil ver al atardecer salir de sus dormideros cientos y cientos de zorros voladores, esos murciélagos frutícolas tropicales de gran tamaño. Pero ya yendo al yacimiento principal de Polonnaruwa, hay que advertir que el conjunto de ruinas y edificios ocupa una extensión muy amplia de bosque seco donde atiza bien el calor, así que no era cuestión de ir andando a los sitios. Nosotros alquilamos unas bicicletas que nos permitieron ir a nuestro aire de un sitio para otro, ya que había un montón de templos y ruinas para ver. Entre ellas estaban las dagobas, esas grandes construcciones con forma de cúpula, que curiosamente no tienen ningún acceso al espacio interior que yo suponía por su forma. 



Budas de Gal Vihar. Polonnaruwa. C.M. Aguilar Gómez.
Hay también en Polonnaruwa algunos templos hinduistas, pero la mayoría son ruinas budistas. El número de representaciones de buda en piedra es considerable y lo que aún es más curioso, pese a estar en ruinas, la gente local seguía considerándolas como  lugares de culto dejando lámparas de aceite y ofrendas. Pero de todos los restos arqueológicos que vimos allí había unas esculturas de buda talladas en la roca que no dejaban indiferente a nadie. Eran cuatro representaciones sacadas de una pared de roca recordando a aquellos budas gigantes que los talibanes destruyeron en Afganistán. En dos de ellas buda está sentado, en una está de pie y, quizás la más espectacular, es una en la que aparece tumbado y tiene un largo de 15 metros.




Águila-azor Spizaetus cirrhatus. C.M. Aguilar Gómez.
La roca base de las esculturas es una especie de gneis, una roca metamórfica con un veteado muy llamativo. Así, las propias esculturas se benefician de la vistosidad de ese tipo de roca para dar al conjunto unas tallas de gran atractivo estético. Aunque los yacimientos reciben muchos turistas, el madrugar nos ayudó a no encontrar mucha gente en el momento de la visita. Esto también favoreció la visita natural del entorno, un bosque donde se puede alternar la visita a las ruinas con la observación de aves como la preciosa águila-azor variable (Spizaetus cirrhatus) que encontramos posada y toda confiada en uno de los grandes árboles del yacimiento.


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