miércoles, 27 de noviembre de 2013

Historia del vencejo "Patapalo"

Vencejo recién cogido. César María Aguilar Gómez.
Quienes leyeran alguna de las tres entradas que hace un tiempo dediqué en este blog a la "naturaleza" que tengo más a la vista, la que observo desde mi balcón de la calle San Juan, ya sabrán de mi "obsesión" por los vencejos. En especial por los vencejos comunes que, entre abril y agosto, pasan ruidosos junto a los tejados y balcones de las estrechas calles del casco viejo logroñés. Como ya conté allí, hace algunos años tuve varias parejas criando frente a mi balcón. Una de ellas tenía el acceso a un nido del tejado muy visible, otras eran más difíciles de ver entrar bajo las tejas. El caso es que después de la reforma de dicho tejado, se perdieron los huecos para los nidos y no he vuelto a verlos criar allí.





Auténtica mirada de halcón. César María Aguilar Gómez.
Después de aquello instalé en mi balcón un nidal con una entrada "tuneada" con forma de teja por ver si lo aceptaban. Pero nada. Este año, como para "humillarme" por mi nefasto diseño, una pareja ha criado en el hueco de unas tejas a solo un par de metros del nidal. Está muy bien que críen allí, pero el problema es que yo me pierdo el espectáculo de sus cebas al estar paralelo a mi balcón. Así que aún llevo la espinita clavada con ese tema. En fin… ¡ellos sabrán!... no les guardo rencor. El caso es que este verano, la providencia, Alá, la Santísima Trinidad, o ve tú a saber quien, debió verme tan consternado por la cuestión que me hizo un pequeño "presente".





Pata derecha amputada y curada. C.M. Aguilar Gómez.
Paseando por el casco viejo me encontré a un niño maravillado viendo un vencejo emplumado en el suelo (sí ya se que suena a parábola, pero no es mi intención esto es verídico). No sabía muy bien que hacer con él y su madre ya estaba temblando solo de pensar que lo quería llevar a casa. En ese momento entendí la "señal", era una compensación por los desvelos en la construcción de nidal del balcón. Ahí tenía un vencejo ¡emplumado y todo!. Cogí el bicho, comprobé que no podía volar, le expliqué al chiquillo algo de la vida de los vencejos y me ofrecí a cuidarlo y soltarlo una vez recuperado. La madre suspiró aliviada. Lo cierto es que no había criado hasta entonces ningún vencejo así que lo primero que hice fue consultar a mis amigos del Centro de Recuperación de Aves Silvestres de La Fombera sobre cómo alimentarlo.



Pasando las calurosas tardes de agosto tras la ceba.
En un principio el ave me pareció sana, creí que solo había saltado antes de tiempo del nido sin terminar de crecer las plumas de vuelo. Le hidraté con agua que le hice tragar y, a la espera de los gusanos de la harina que me darían los de La Fombera,  le hice ingerir unos pedazos de pechuga de pollo. Pero luego comprobé el mal que tenía. Una de sus pequeñas patas (los vencejos las tienen en miniatura y las usan muy poco) estaba partida con el hueso fuera. La garra y el muslo estaban con gran infección purulenta. En aquel estado ya no era tan predecible su recuperación. Aquel colgajo amarillento, unido al muslo por un poco de carne y una arteria, tenía un aspecto fatal. Probablemente ya se estaba gangrenando, con lo que el animal tenía poco futuro.


Musculación... ¡funcionó para su primer vuelo!
Uf, cuando vi todo aquello me costó tomar una decisión. Pero no había más remedio, el animal ya estaba sentenciado cuando lo cogí . Tenía que intentarlo. Tomé unas tijeras y le corté por lo sano el colgajo de pata. El animal, que hasta ese momento no había dicho ni mú (los vencejos son bastante silenciosos), se estremeció y debió ver el final de sus días. Sangró, le apliqué una gasa con Betadine hasta cortar la hemorragia y le "precinté" la pata con gasas y esparadrapo. Lo peor había pasado, solo quedaba esperar. A la mañana siguiente abrí la caja de cartón con expectación y aún estaba allí. Era un autentico superviviente. Al quitar el esparadrapo vi la herida cicatrizada con el hueso fuera, era como la pata de palo de un pirata. Ya tenía nombre “patapalo”.


Antes de emprender su liberación. ¡Buen viaje!
Le administre algo de antibiótico que tenía por casa y algún analgésico con el agua. La infección remitió poco a poco. Pasé un par de semanas con él y cada poco le hacía comer gusanos de la harina, siempre obligándolo ya que un animal de esa edad es muy raro que quiera comer solo, antes se deja morir. Pero él, agradecido, fue creciendo y tras cada ceba dormitaba placido. Solo le faltaba ronronear. Muchos días le hacía muscular preparándolo para su migración. Y un día, el ave estuvo lista. Lo llevé a la laguna de Viana y al primer intento remontó el vuelo. Lo perdí tras un carrizal. Fue un 12 agosto, espero que le haya ido bien. Al menos tuvo una segunda oportunidad y una auténtica historia de superación.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Travesía en kayak por el Ebro, 2 días 1 noche

Luz de tarde en la ribera. César María Aguilar Gómez.
Hace años, cuando me compré un kayak para el Ebro, albergué la intención de poder realizar alguna vez recorridos de forma autónoma por el río. Bajar todo el Ebro es algo que me gustaría, pero no tengo prisa y no se si algún día lo llegaré a intentar. Necesitaría una combinación de tiempo, ganas y oportunidad, las tres cosas a la vez no siempre se dan, así que ya se verá. Además tiene su complicación. Una de ellas es la distancia a recorrer, unos 900 kilómetros desde  la localidad  de Arroyo, bajo el Pantano del Ebro, hasta Tortosa en el Mediterráneo. Pero sobretodo están los obstáculos físicos a salvar. En todo el recorrido he podido identificar cerca de 70 presas. Entre ellas se incluyen las presas de los grandes embalses, pero además otras más discretas como antiguos molinos, derivaciones para acequias o centrales hidroeléctricas.



Recorriendo meandros. César María Aguilar Gómez.
Demasiadas barreras a salvar. Y eso que, a buen seguro, habrá más de las que yo he visto en las ortofotos, aunque en esos casos ya serán de las sencillas de atravesar. Pero dejando para otro momento la idea del descenso del Ebro, lo que sí he ido haciendo han sido tramos del río en La Rioja, Navarra y Zaragoza. En los últimos años he realizado casi todos ellos en recorridos de un día, saliendo y volviendo de un mismo punto cuando voy solo, o en recorridos río abajo cuando me acompaña alguien más y llevamos dos coches. De todos esos tramos he de decir que los de La Rioja, y la parte más arriba de Navarra, están especialmente “cortocircuitados” por presas. No me extraña por ello que, en esta zona del río, la afición a recorrer sus tramos sea más bien escasa. 



Impresionantes plegamiento. C.M. Aguilar Gómez.
De hecho, en la mayoría de los recorridos de un día que hago tengo que saltar algunas represas a pie con el kayak. A mí en especial no me importa, pero entiendo que para mucha gente que ve la actividad con un enfoque más deportivo, esto les suponga un engorro y les desanime. Pero si hasta ahora había hecho muchos de estos recorridos de un día de duración, aún no me había animado a pasar ninguna noche por el camino remando dos días. Y esto es lo que hice el pasado mes de octubre. Con los kayak hinchables no era posible cargar lo necesario para dormir, pues tenía poco sitio donde llevar las bolsas estancas. Pero este verano, por fin, he dejado atrás los hinchables y me he comprado un kayak de travesía de segunda mano.



Buscando isla para dormir. César María Aguilar Gómez.
Ya tenía ganas de hacer la prueba de pasar dos días y una noche por ahí. Elegí un tramo que conozco bien en Calahorra y, a última hora, se apuntó un amigo con su kayak para acompañarme. Salí con Carlos Álvarez desde la presa de Machín remontando el río hasta el paraje de La Barca en Azagra. No fue un recorrido largo, ya que suelo demorarme entrando en todos los meandros que veo y en los recovecos de la base los espectaculares cortados. Se trata de disfrutar del río, no de hacer deporte. Es mi forma de verlo. La verdad es que ese día hubo una luz de tarde especial, de gran calidez. A última hora la ribera mostraba un intenso colorido con el comienzo del otoño. En La Barca de Azagra me despedí de Carlos que regresó río abajo al lugar de embarque.



Pasando la noche en la isla. César María Aguilar Gómez.
Mientras, yo seguí buscando un lugar confortable para dormir. Como era mi primera vez no tenía muy claro qué lugar elegir, pero tras ver algunos puestos de pesca por las orillas me decidí por una isla. Allí nadie me molestaría. Así, encontré una frente a la desembocadura del río Cidacos que parecía apropiada. Quería probar el equipo para dormir que no era otra cosa que una hamaca, mosquitera y una pequeña lona para hacer un tejadillo para la lluvia. Al más puro estilo amazónico. Y la experiencia no se dio mal. Una cena caliente con el hornillo, algo de lectura para la noche y a descansar. A la mañana siguiente la luz del amanecer, los cantos de las aves, un desayuno caliente y a remolonear en la hamaca con un libro un par de horitas. En la gloria. Ya solo quedaba desmontar todo y regresar, pero la experiencia valió la pena. Moverse por el Ebro con ese equipo es factible.

martes, 12 de noviembre de 2013

Primos hermanos (Libro)


Primos hermanos
Lo que me han enseñado los chimpancés acerca de la condición humana
Roger Fouts
Ediciones B. Barcelona.1999
ISBN 84-406-8986-1 

Imagino que los resultados del proyecto Washoe que se cuenta en este libro tuvieron en su momento un gran impacto mediático. Al menos en la sociedad norteamericana. De hecho se generaron muchas publicaciones sobre esos hallazgos en el campo del lenguaje de los chimpancés en revistas de impacto como Science y hasta uno de los primates fue portada en revistas no especializadas como Times. La historia transcurrió a finales de la década de los sesenta y sobre todo en los setenta, aunque Roger Fouts no publicó este libro hasta 1999. Así, nada de lo contado en el libro es ya por tanto novedad. Pero a pesar de todo no supe de ello hasta hace poco cuando escuché un comentario del libro y me cautivó la historia. Luego resulta que mi amigo Javier Robres, gran lector y naturalista, tenía el libro por ahí y me lo prestó una temporada.




El libro me ha gustado y sorprendido a partes iguales y su autor tiene además una gran facilidad para narrar. No soy partidario de libros muy extensos, creo que hay que saber resumir y mostrar lo importante en un número limitado de páginas, pero este lo he seguido a gusto a pesar de sus 450 páginas. Pero yendo al contenido propio del libro, "Primos Hermanos" cuenta la historia de un proyecto científico que se diseñó para enseñar a hablar a una cría de chimpancé, Washoe, por el lenguaje de signos de los sordomudos. El experimento trataba de averiguar el tipo de comunicación que podían llegar a desarrollar los chimpancés y las semejanzas con la adquisición del lenguaje en los humanos, un proceso clave en la hominización y objeto de muchas teorías y estudios de lingüistas y psicólogos. Washoe no solo aprendió el lenguaje tal y como haría un niño, sino que lo llegó a usar para comunicarse de manera flexible tirando por tierra teorías anteriores que decían que el lenguaje es patrimonio exclusivo de la especie humana.



Su nivel no va más allá del de un niño de 2-3 años, pero maneja perfectamente conceptos simbólicos, extrae reglas sintácticas, aplica el conocimiento de forma adaptativa y usa los signos a situaciones distintas a aquellas en que los aprendió. Ello viene a demostrar que el rudimento del lenguaje ya estaba en el antepasado común a chimpancés y humanos. Ya hace 6 millones de años, cuando ambas especies divergieron. Esto supuso romper un tabú que no fue aceptado de buena gana por muchos de los psicólogos de la época que explicaban las diferencias entre humanos y no humanos en base a la exclusividad del lenguaje. Roger cuenta la historia honestamente, sus dudas, los hallazgos y sus dificultades. El libro da un giro hacia la mitad cuando Roger descubre hasta que punto está implicado en la vida de esos animales y como le afectan su devenir en lo personal y familiarCon no pocos sacrificios, decide tomar partido cuando todos los demás investigadores implicados se olvidan de esos ejemplares. El resto de esta apasionante historia hay que leerla. Ahí está el proyecto Washoe y la propia vida de Roger Fouts.

martes, 5 de noviembre de 2013

El monte Buciero de Santoña

Buciero y Laredo al fondo. César María Aguilar Gómez.
Tengo recuerdo de esta gran mole caliza que se asoma al Cantábrico desde hace un montón de años. Lo veía de lejos de chaval cuando veraneaba con la familia en Laredo y nos acercábamos en la excursión en barco que se hacía para ver el faro del Caballo. También lo he encontrado cada vez que he visitado las marismas de Santoña y alguna vez más, desde el propio mar, en las salidas en barco en busca de aves marinas. Desde el mar tiene una presencia poderosa y es que unos cortados así de espectaculares no son tan frecuentes. Pero hasta este verano no lo había recorrido nunca. A finales del pasado mes de septiembre Iratxe y yo nos acercamos por allí.




Encinar cantábrico. Foto: César María Aguilar Gómez.
El monte cuenta con una buena red de senderos y a su atractivo natural se suma otro no menos importante de carácter cultural e histórico. Por allí aún pueden hallarse en buen estado de conservación fortificaciones militares para defender el enclave y dos preciosos faros en lugares casi imposibles. Pero empezando por su propio origen, el monte tiene una estructura geológica francamente singular. Se trata de una península caliza y montañosa unida a la costa por una barra de arena. La barra, en su forma de arenal abierto al mar, es la conocida como playa de Berría de Santoña que se sitúa junto al penal del Dueso.






Zarzaparrilla Smilax aspera. César María Aguilar Gómez.
Al resguardo de la península que forma el monte se encuentra la propia localidad de Santoña. La barra de arena indicada, que une el monte al continente, sirve además para cerrar las marismas y la ría de Treto por el oeste. Debido a esa estructura caliza los suelos del monte apenas retienen el agua en superficie y por ello la vegetación que hoy encontramos no es una de carácter atlántico, como esperaríamos, sino una de carácter mediterráneo. El monte Buciero es una de las mejores representaciones de los denominados encinares cantábricos costeros. También uno de los más extensos. Este tipo de bosques se presenta de modo disperso por la costa Cantábrica desde el País Vasco hasta el occidente de Asturias.




Junto a un gran madroño. I.González.
Como vegetación tiene un gran interés biogeográfico. Estos encinares son islas de mediterraneidad en la España húmeda. En realidad son una reliquia de épocas pasadas, en concreto de una serie de bosques de la era Terciaria, cuando había un clima más propicio para especies mediterráneas y tropicales. Los senderos del monte permiten recorrer un bosque muy denso y sombrío con la encina (Quercus ilex) como árbol principal, pero también con algunas otras especies singulares relictas del terciario. Ahí está el laurel (Laurus nobilis), el madroño (Arbutus unedo) o el labiérnago prieto (Phillyrea latifolia). En especial sorprende encontrar madroños de gran porte arbóreo. El aspecto de la masa forestal aún recuerda a las formaciones subtropicales debido también a la abundancia de helechos y enredaderas. Entre estas últimas son comunes la clemátide (Clematis vitalba), la zarzaparrilla (Smilax aspera) o las vides silvestres (Vitis sylvestris).




Faro del Caballo en Buciero. César María Aguilar Gómez.
Pero si la sola contemplación de la vegetación no es suficiente, el monte ofrece además parajes y vistas espectaculares. Las encontramos desde el faro del Pescador, pero sobre todo desde el faro del Caballo. El acceso a este último es espectacular. Tras una bajada de 700 escaleras al abrigo de las paredes calizas se llega a la base del farallón, a pie de mar, donde se encuentra el faro. Por allí crían los cormoranes moñudos y el halcón peregrino, aunque en esta ocasión el paisaje fue suficiente recompensa al descenso. Quien baje deberá recordar la dura subida que le espera a la vuelta. Pero sin duda, el esfuerzo habrá valido la pena. Al menos a nosotros nos compensó... y mucho.


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