domingo, 30 de agosto de 2015

Nueva York 2 (2014) Central Park 1, una isla natural en la urbe

Central Park desde Rockefeller Cter. C.M. Aguilar Gómez
Contrariamente a lo que podemos pensar, Nueva York tiene muchos lugares donde ver aves. No son sitios con la naturaleza que vio Hudson hace 400 años, sin embargo hay parques y reservas en el área metropolitana que merecen la pena. La situación geográfica de la ciudad favorece que haya una gran diversidad de aves. Mi experiencia naturalista apenas pasó de Central Park pero si se tiene interés y tiempo, hay muchas zonas atractivas según la época. Un lugar donde hallar pistas para ello es el artículo de Manuel Quintana “Donde y cuándo ver aves en la ciudad de Nueva York” (Rev Quercus 243, Mayo 2006) cuyos contenidos también están en varias entradas de su blog personal "Aves en azul y verde"




The Lake, Central Park. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
Central Park es un lugar curioso. Aparece como un oasis en medio de una de las “junglas” urbanas más densas que existen, la de Manhattan. Allí se extiende un parque rectangular de cuatro kilómetros de largo por uno de ancho. Cuentan que fue el primer parque urbano de los Estados Unidos, un espacio concebido por la gente rica de la ciudad a mediados del siglo XIX. La historiadora Sarah Waxma señala que tenía un propósito: refutar la visión europea de que el joven país carecía del sentido cívico y aprecio por la cultura elegante, así que imaginaron un majestuoso paisaje pastoril. En aquel lugar los ricos podrían ser vistos y los pobres tendrían un lugar de recreo.




Iratxe en Great Hill, Central Park C.M. Aguilar Gómez
Inaugurado en 1873, el parque se creó fiel a la tradición inglesa del paisaje romántico. Senderos sinuosos, puentes, arroyos y varios lagos con las capas de tierra de las antiguas zonas húmedas del lugar. El parque es el pulmón verde de la ciudad, el jardín de muchos, un lugar de recreo familiar y un sitio donde practicar béisbol, tenis, atletismo y otros deportes. También un mirador desde el que recrearse viendo los rascacielos tras un enorme estanque. Central Park mezcla gentes de diferentes condiciones sociales, raciales e intereses. En eso es un acierto. Y, para mi sorpresa, un lugar con ese uso social es mantenido con aportaciones de filántropos y particulares.




Senderos en noviembre Central Park C.M. Aguilar Gómez
Lo público en EE.UU. es raquítico comparado con la noción europea. Hoy en día, el 70 % del dinero de la gestión del parque es de aportación privada. Hace unas décadas la gestión mixta rescató al parque del casi abandono al que llegó por los escasos presupuestos municipales dedicados para su mantenimiento. Un detalle en este sentido es que casi todos los bancos del parque son donaciones de ciudadanos. A cambio los mecenas pueden poner una placa con dedicatoria. Merece la pena detenerse un rato a leer algunos de los cientos de mensajes, declaraciones de amor, homenajes póstumos o cualquier otra cosa que hayan querido reflejar en ellas.




Ardilla Sciurus carolinensis. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
En el sector norte se encuentra la gran colina (Great Hill) la zona que más me gustó del parque. Y a no más de 100 metros nuestro albergue en la Avenida Duke Ellington (¡qué gran nombre para una calle!). Todas las mañanas visitábamos esa zona a primera hora y, siendo noviembre, aún quedaban parte del color de otoño. La gran colina tiene caminos sinuosos y arbolado asilvestrado sobre una colina rocosa con el aspecto de un auténtico bosque. Es más, dejan a propósito madera muerta para incrementar la diversidad del parque. En pocos sitios he visto un tratamiento así en la jardinería. No es de extrañar que el parque sea tan bueno para ver fauna.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Nueva York 1 (2014) De paraíso natural a jungla urbana

Fotomontaje de Manhattan natural versus urbanizada.
Nueva York es la metrópolis por excelencia, la “capital” financiera y cultural del mundo globalizado.  A priori, difícilmente asociamos su nombre a lo natural, sin embargo no siempre fue como ahora la vemos los turistas. Esa imagen hiperurbana no tiene tanto tiempo. En 2009 una exposición en el Museo de la ciudad de Nueva York de Eric W. Sanderson rastreó los cambios ocurridos en los últimos 400 años en Manhattan y descubrió cómo fue la isla antes de la fundación de la ciudad en 1626.  El “juego” de la exposición consistía en reconstruir el paisaje de la isla tal y como lo encontró el marino Henry Hudson y compararlo con el que vemos hoy en día. El contraste es brutal. Muchas de esas imágenes pueden verse en el libro de la exposición "Mannahatta: A Natural History of New York City". 





Ilustración de oso negro John J. Audubon, s.XIX
En 1609 Hudson buscaba un paso hacia China por las costas del norte de América. No lo halló. En su búsqueda, y tras penetrar por una abrigada bahía, encontró una isla cubierta de densos bosques, humedales, arroyos y una abundante vida natural. Dicen que más rica que cualquiera de los actuales parques nacionales de Estados Unidos. Osos, castores, pumas, visones y nutrias en sus tierras, ballenas y focas en las aguas de la bahía. Y aves, muchas aves, un lugar con buena situación en las rutas migratorias. En 1649 el gobernador de la ciudad hablaba de langostas de casi dos metros en las aguas cercanas. Según la exposición había en la zona 627 especies de plantas, 85 de peces, 32 de reptiles y anfibios, 233 de aves y 24 de mamíferos. 



Espacios naturales en verde de Nueva York.
Aquel paraíso natural era Mannahatta, la “isla de muchas colinas” como la llamaban los indios Lenape. La mayoría de aquellas colinas fueron eliminadas al allanar el terreno para las actuales calles y avenidas trazadas a escuadra y cartabón. Sin embargo, en algunos parques de la ciudad, aún se pueden ver esas colinas. Es el caso de Central Park. Es más, algunos parques tuvieron su origen en la dificultad para allanar las colinas de roca, es el caso de Marcus Garvey Park en el Harlem.

El paisaje natural de la isla había proporcionado todo lo que los nativos necesitaron durante 400 generaciones antes de la llegada de Hudson. En autosuficiencia. Caza, pesca, frutos silvestres y campos ganados al bosque con ayuda del fuego para el cultivo de maíz, legumbres y calabazas. Entre los asentamientos nativos de la isla estaban unos terrenos en lo que hoy ocupa el barrio de Chinatown






Manhattan desde Rockefeller Center. C.M. Aguilar Gómez
En pocos lugares como en Manhattan el cambio de lo natural a lo urbano ha sido tan radical y en un lapso tan reducido de tiempo. Apenas unos siglos. En la actualidad la ciudad es un crisol de culturas urbanas con comunidades venidas de todos los rincones de mundo. Nueva York no es un lugar para buscar esa naturaleza original de Norteamérica, pero hoy en día la ciudad cuenta con un buen número de parques y áreas silvestres protegidas donde disfrutar de especies, especialmente aves. Para un recién llegado a esas latitudes de América, como yo, casi todas son novedad. Así, no es que uno vaya a Nueva York buscando naturaleza, pero si se busca, tampoco es una mala ocasión para intercalar entre otras actividades urbanas.



Viviendas e iglesia en el Harlem. C.M. Aguilar Gómez.
El pasado otoño Iratxe y yo pasamos 9 días en la ciudad. Fue la vida habitual de turista con presupuesto ajustado, conocer barrios, andar mucha calle y elegir bien entre la amplia oferta cultural de exposiciones, edificios, museos y conciertos que más le interesan a uno. Era mi primera vez visitando Estados Unidos, todo novedad pero a la vez tantas referencias previas de Nueva York. Para compensar la sobredosis urbana, todas las mañanas hacíamos un paseo por Central Park, un muy buen sitio para ver aves. Y por las noches música, toda la música posible… otro de mis intereses en la ciudad, jazz, soul, funk, blues, gospel y reggae, músicas negras de la diáspora africana con parte de su epicentro en el Harlem.

sábado, 1 de agosto de 2015

En la estela de Orellana (Libro)

En la estela de Orellana
Vital Alsar
José María Muñiz Editor
ISBN: 84-609-7004-3


Hay historias poco divulgadas que uno descubre completamente por azar. Ha sido el caso de los viajes del navegante Vital Alsar, un santanderino hoy octogenario que ha residido la mayor parte de su vida en México. Hace unos meses, visitando Santander, vi en un parque de la península de La Magdalena unos pequeños galeotes y la reproducción de una balsa de troncos expuestos al aire libre. Según decían los carteles, con aquellos galeotes se había descendido el Amazonas y llegado luego por mar hasta Santander. Con la balsa original se había hecho la travesía marina de Guayaquil en Ecuador a Australia. Todo era obra de Vital Alsar. Ambos viajes están reflejados en dos libros del autor.




Galeote en el Atlántico. Foto del libro.
El que hoy comento aquí es el libro del descenso por el Amazonas con aquellos galeotes. Vital trató de emular el viaje de Francisco de Orellana, que fue el primero en dar a conocer en Europa la existencia del enorme río sudamericano. Vital y su gente atravesaron Los Andes hasta la cabecera del Amazonas donde construyeron en la propia orilla los tres galeotes que se pueden ver en Santander. Con ellos descendieron hasta la desembocadura en Belén de Pará y, un año después, atravesaron el Atlántico hasta el puerto de Santander.

Un viaje con muchas dificultades. Sorprendentemente las mayores complicaciones fueron burocráticas ya que les impidieron durante un año mover los barcos del puerto brasileño del final de río. Pero este no ha sido el único viaje singular de este cántabro, en total seis grandes expediciones marinas, la primera en 1966 cuando se echó al océano Pacífico con una balsa de troncos al estilo del noruego Thor Eyerdhal y su famosa balsa Kon-Tiki.  



Réplica de balsa en Santander. C.M. Aguilar Gómez.
En aquella ocasión, Vital y su tripulación naufragaron tras 5 meses de navegación. Pero lo intentaron de nuevo cuatro años más tarde. En esa ocasión consiguieron llegar a Mooloolaba en Australia, su objetivo. Para los que dijeron que solo fue un golpe de suerte, en 1973 repitió el viaje oceánico con tres balsas y nuevamente con éxito. Luego vino el viaje de los galeotes por el Amazonas, y después Vital volvió a cruzar el Atlántico de México a Santoña para homenajear a Juan de la Cosa, el marino que dejó el primer mapa colonial de Sudamérica. En 2009 volvió a cruzar el Atlántico desde Cozumel a Atenas en un trimarán. El pasado septiembre de 2014 fue homenajeado en su ciudad natal, Santander, por toda su trayectoria marinera. Noticias que apenas son divulgadas, libros que caen en el olvido.




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